Sí, necesito un poco de tiempo. Y
espacio. Eso es. Sé que echarás de menos el calor de mi cuerpo cuando el frío
de la noche nos recuerde que estamos solos. Pero aguanta un poco el tipo. Sé
que puedes hacerlo durante un tiempo, aunque no sea mucho. Sólo espérate ahora.
Quiero estar solo.
Perdona, pero necesito que pare
incluso el acordeón y el resto de instrumentos de Yann Tiersen. Tengo hambre de
silencio y soledad. De estar callado. Y que no me mientas. Que me digas la
verdad. O que no hables. Por favor, no me hables si no vas a decirme lo que
quieres de verdad. Sin milongas. Sin intenciones solapadas. Lo que tú querrías
aunque no hubiese nadie. Coge las palabras del fondo de ti o no me nombres. Lo
siento. No me fío de ti, y estoy cansado.
Recuerdo mis juegos cuando era pequeño. Recuerdo el vaquero que se marchó
a vivir más allá de la montaña con su perro, su caballo, un rifle y un hatillo. Se miraba sus manos y esperaba. Estaba lejos de las expectativas de los otros y
del rumor de gentes. Quiero ser un rato como él. Recuerdo también mis partidos
de fútbol con muñecos, y aquel equipo misterioso, desconocido, humilde, al que
nadie esperaba pero que hizo hincar la rodilla a los imbatidos. Sólo ellos
pudieron. Y quiero estar con ellos.
Ahí sí pudo hablar mi corazón una
vez. Además, había un sitio para otros corazones. No se juzgó a nadie del
equipo y sus habilidades todos las pusieron con satisfacción al servicio del
equipo. Yo necesito saber que puedo hacerlo. No quiero más noches de vueltas en
una cama que no es mía. Que no es ni tuya. Con alguien que no es a mí a quien
ve, sino que cuando mira a mis ojos ve un instrumento extraordinario para
alcanzar su sueño. El que sea. Me da igual cuál sea si yo no te importo. Has
hecho que olvidase lo que quiero de verdad. Y ahora soy incapaz de nombrarlo
por miedo a tu mirada, a tu silencio, a no ser lo que tú esperabas. Y a tu
juicio sólo por eso: por no ser lo que tú esperabas.
Mira, así va a ser mejor. A los
dos nos duele la cabeza. Y últimamente pierdes mucho tiempo en mí cuando te
sería más fácil amoldar el corazón de otro. El mío se queja demasiado si lo
manipulas con el falso prestigio de tus manos. Y eso que tus manos se acercan con modales impecables.
Pero no. Él detecta bien el pulso de un extraño. Y aunque no mande ni en su
propio pulso, sí que puede reconocer qué pulso no es el suyo.
Sé que para ti esto es brusco. Y
difícil. Para mí también, aunque no tanto. Yo tengo alguien que me estaba
esperando a este lado de la ciudad. Yo no lo sabía bien. Pero aquí están el
vaquero en silencio, su perro y su caballo. Hay también un equipo de fútbol que
no son los mejores pero corren como si lo fueran y a veces ganan. Hay un
espacio para ser quien soy y para que otros puedan serlo. Hay camas que no
pasan la factura. Y comida en el frigo. En estas calles la gente me saluda por
mi nombre. Ya no pasa nada si se me cae el pelo o si la camisa que me he puesto
no pega con los zapatos. Lo que importa es que yo viva, que no me calle lo que
hay dentro. Que no confunda la camisa con mi piel ni los zapatos con mis pies.
No es la misma la dignidad: por mucho que sea el precio de las prendas y el
calzado, no valen ni de lejos lo que valen mis pies y mi pellejo.