miércoles, 24 de julio de 2013

A UN SEMEJANTE - Malena Muyala

No importa que los telediarios nos vengan con las mentiras que algunos cuentan mientras callan sobre las mentiras que ellos mismos fabrican en sus redacciones para que pensemos lo que les interesa. Tampoco importa que haya quien use nuestro esfuerzo para lucrarse creyendo que realmente su trabajo vale 1.000.000 de veces más que el trabajo de cualquier hombre. Tampoco importa la soledad de algunas tardes largas. O la traición, el silencio y la distancia de algunas personas que hace ya tiempo juraron a las nubes que te defenderían siempre. Incluso mis propias mentiras, las que he intentado que los demás crean de mí. 

Todo está asumido. Y aunque todo no está bien, hay alguien que sabe que somos más que lo que hacemos, pero que no da igual lo que hagamos. Hay una armonía en todo lo que nos rodea, en todo lo que nos constituye. Y hay personas que viven teniendo presente esto... y además aceptan todas mis erratas y fragilidades mundanas: los miedos, la vergüenza, los celos,... Gracias a Dios por el regalo de la amistad. Y gracias a ti por estar conmigo. 



miércoles, 3 de julio de 2013

AMRITA - Rabindranath Tagore

Este poema me toca el corazón. Me acerca a quien yo soy. Y siento bueno leerlo un día como hoy. 

"En el momento de la partida, le dije: 
Una vez una mujer india dijo: 
"No quiero posesiones materiales, 
deseo el Amrita. 
¡Este era su voto! 
¿Qué puedes añadir a esto?" 
Amiya sonrió tristemente y me dijo: 
"¿Por qué no me sacas de la Irrealidad? 
¿Es que careces de fuerza para ello?" 
Yo repliqué: "Hieres mi orgullo, 
mientras no sea tu igual en riquezas, 
no te volveré a ver". 
Amiya agitó su cabeza 
y salió de la habitación. 
Yo dije: "Por favor, no lo ovides: 
a cambio de tu amor 
jamás te entregaré el deshonor de la pobreza. 
Ese es mi voto en cuanto hombre". 

Pasaron días y noches, 
la intoxicación del oro invadió mi cabeza. 
Cuanto más amasaba, 
mayor era la sed que de él sentía. 
No podía detener o desviar la fuerza que me empujaba. 
Riqueza y fama aumentaron, 
y con el pecho hinchado me dedicaba a vanagloriarme. 
Por fin el médico me avisó: 
"Necesita un descanaso; 
la maquinaria de su cuerpo está a punto de averiarse". 

Fui a un lejano y agradable país. 
Allí un brazo de mar 
corría a través de colinas cubiertas de bosques. 
Las aves coronaban las copas de los árboles, 
cerca de un eatanque lleno de peces. 
Una fina corriente saltaba de roca en roca, 
y la rumorosa música de sus aguas 
creaba un hermoso concierto de soledad. 
El aire, constantemente limpio, 
erraba de bosque en bosque 
murmurando una melodía. 
Los cocoteros formaban un racimo... 
unos estirados, otros inclinados, 
con flecos agitándose sin descanso, 
noche y día. 
Las olas testarudas espumeabana y salpicaban 
contra las enormes y negras rocas, 
dejando conchas en la playa. 
La fiebre del cuerpo cedió. 
Todos los esfuerzos del pasado parecían un fraude, 
y la vida extendía ambas manos 
hacia el auténtico oro de la vida. 

Ese día el mar estaba en calma... 
El sol de otoño temblaba 
en el azul del mar estremecido. 
Junto a mi cabaña, el viento soplaba salvaje 
a través del tamarisco, 
y sus hojas sonaban. 
Un ave malva, con una línea blanca en el pecho, 
sobre un hilo telegráfico y moviendo la cola, 
entonaba dulces y suaves melodías. 
En el claro azul del cielo de otoño 
se extendía la tristeza infinita 
de algún exilio lejano. 
En mi interior una voz decía: 
"Debo regresar". 
La luz que una vez resplandeció 
en los ojos húmedos de lágrimas de ella. 

Ese día subía un barco. 
Después de atracar, me dirigí directamente a su casa. 
Parecía vacía; 
llegué a la puerta principal 
y la encontré cerrada; 
mi corazón la tía con fuerza. 
De la casa llegó la visión de espacios vacíos, 
y tocó mi corazón. 
Tras mucho buscar la encontré...
una aldea abandonada al borde de un viejo estanque 
con un templo en ruinas, 
letras oscuras en sus paredes... 
nada que reflejara su gloria pasada. 
Un antiguo aswath lo abraza en su puño cerrado. 
En la orilla, a la sombra de una higuera, 
una cabaña de paja alberga una escuela de niñas. 

Vi a amiya... 
un rústico sari envolvía su cuerpo. 
Ajorcas en las muñecas, 
pies sin zapatos, 
el cabello cayéndole suelto por la espalda. 
Un moreno campesino teñía su rostro... 
Estaba regando la huerta. 
No conseguí pronunciar ni una palabra... 
tampoco de su boca llegó una bienvenida 
o alguna pregunta. 
Lanzando una leve mirada a mis costosos zapatos 
simplemente dijo: 
"Las yerbas han cubierto los retoños del tomate, 
ten cuidado, no los pisotees". 
No conseguía entender nada...
¿Era una broma o algo serio? 
En mis puños llevaba unos gemelos con perlas, 
traté de ocultarlos bajo las mangas. 
En el bolsillo traía un broche para Amiya... 

Estaba claro... sólo una sonrisa de ridículo 
agradecería este regalo, 
si me acercaba y se lo daba. 

Con una sonrisa forzada le pregunté: 

"¿Dónde vives?" 
Dejando la regadera en el suelo, dijo: 
"¿Quieres verlo?" 
Me llevó hasta la escuela 
y dentro, a su habitación en el ala este, 
separada sólo por una cortina.
Sobre su cama dura de madera 
estaba enrollado el colchón. 
En el taburete había una máquina de coser, 
un sitar cubierto por tela de quimón 
descansaba contra la pared; 
una estera extendida al sur de la entrada, 
sobre ella dispersos 
viejos trapos, cintas multicolores, 
espejo, peine y un frasco de aceite, 
un bolso de caña con desechos. 
Contra la pared en el ángulo sur 
estaba un pequeño escritorio, 
y en un bote de barro coloreado 
un loto. 
Amiya dijo: "Esta es mi casa", 
espera un momento, vuelvo en seguida. 
Fuera, en la rama de la higuera, 
cantó un cuco. 
Tras la mata de yaros 
había un tropel de gorriones excitados; 
en la distancia se divisaba un estanque 
relampagueando al sol. 

Sobre la mesa vi un retrato
(un joven al que no conozco), 
pintado al carbón, enmarcado con cristal,... 
frente despejada, pelo alborotado, 
en sus ojos la luz de un distante futuro, 
sus labios expresando resolución. 
Amiya entró con una fuente... 
arroz hervid, bizcochos de coco, 
leche en una taza de alabastro, 
y zumo de un cocotero verde. 
Colocó la fuente en la mesa 
y extendió sobre el suelo una estera de lana trenzada. 
No hubiera mentido 
si digo: "No estoy hambriento"; 
hubiera sido la verdad decir: 
"No tengo apetito". 
Pero tuve que comer. 

Entonces oí el relato. 

Mientras mi dinero aumentaba en el banco, 
y yo no llevaba la cuenta de pérdidas y ganancias, 
el padre de amiya, Krunja Kishore,
De vez en cuando invitaba a tomar el té 
a hijos de millonarios. 
Su voluntariosa hija había frustrado repetidamente 
muchas oportunidades favorables. 
Cuando golpeándose la frente 
Krunja Kishore había dejado caer sus manos desesperado, 
súbitamente, en el horizonte de la familia, 

apareción un cometa loco sin hogar... 
Mohibbushan, el único hijo del Raibahadur de Madhpara. 
El Raibahadur era famoso en todo el país 
por su riqueza atesorada y su duro corazón. 

Ningún padre de una hija casadera ignoraría a su hijo, 
por muy bruto que éste resultara ser. 
Tras pasar ocho años en Europa, 
Mohibbushan había regresado a casa. 
Su padre dijo: "Ya soy viejo, 
ocúpate de las riquezas de la familia". 
El hijo respondió: "¿Cuál es la costumbre?" 
La gente dijo: 
"Los murciélagos rusos que cazan a Lakshmi 
han robado el fruto verde de su cerebro". 
El padre de Amiya dijo: "No tengas miedo de eso, 
el aire húmedo del país ya le está calmando". 
Poco después Amiya se convirtió en discípula suya. 
Mohubbushan iba y venía a su gusto... 
ni las burlas ni los chismorreos le afectaban. 
Los días se sucedieron. 
Perdiendo la paciencia el padre de Amiya planteó el asunto 
del matrimonio. 
Mohi replicó: "¿Cuál es la costumbre?" 
El padre de Amiya dijo airado: "¿Entonces, por qué vienes aquí todos los días?" 
Mohubbushan dijo sencillamente: 
"Quiero llevar a Amiya a su puesto de trabajo". 

Las últimas palabras de Amiya fueron: 
"He llegado a este trabajo. 
Él me liberó del peso de las posesiones materiales". 
Yo le pregunté: "Y él, ¿dónde está?" 
Amiya replicó: "En la cárcel". 



3 de julio de 1936.
Rabindranath Tagore.