"El alma humana nace enamorada. Pero no ve al amado de quien
está enamorada, y como hay un reflejo de ese amado en todo lo creado, uno desde
que nace tiende a abrazar todas las cosas. El niño tiende sus bracitos ávidos
hacia todo lo que ve, y quiere llevar a la boca todo lo que toca, y todo lo
quiere tocar y tragar. Después cuando crece se abraza a sus juguetes y ya
hombre continuará siempre abrazado a todas las cosas. Pero no se sacia nunca,
porque lo que uno abraza no es Dios: a no ser que uno un día se desprenda de
las cosas y abrace a Dios.
Pero a Dios sólo se le encuentra en la nada. Allí donde ya
no hay cosas está Dios.
Las cosas no pueden poseerse, y con ellas estaremos siempre
insaciados. “¡Oh mundo, no poder abrazarte lo bastante!”, exclama Edna Saint
Vincent Millay, la poetisa que cantó tanto los abrazos. Y ésta es la grana
angustia del corazón humano, el desear poseer el mundo y no poder poseerlo (las
estrellas hicieron llorar a Alejandro por no poder conquistarlas). Y deseamos
poseer el cuerpo humano en el amor, y tampoco ñel puede nunca poseerse
totalmente. Sólo aDios podemos abrazar, porque los brazos del alma humana
hansido creados para abrazar el infinito y nada más.
Ni el mundo ni la mujer pueden ser abrazados ni abrazar, y
ni el mundo ni la mujer sacian sino que sólo Dios es el único que sacia.
Dios da la dicha del placer sin necesidad del placer, y la
embriaguez del vino sin beber vino. En Él está la esencia de la embriaguez. Él
es todos los placeres y alegrías y deleites, y todo el amor, pero en un grado
infinito, no como las sombras de placeres y alegrías y deleites y las sombras
del amor que nosotros hemos perseguido.
En Él están concentrados la belleza de todas las mujeres y
el sabor de todas las frutas y la embriaguez de todos los vinos y la dulzura y
la amargura de todos los amores de la tierra, y probar una gota de Dios es
quedar loco para siempre.
Un hombre que ha probado una gota de esa dicha ya no puede
seguir llevando la misma vida de antes, asistir a su oficina todos los días y
mantener las convenciones sociales, sino que es un hombre que se vuelve loco y
hace disparates: puede salir a la calle en harapos o con un cucurucho en la
cabeza para que se rían de él, o predicar en las calles, o encerrarse por el
resto de sus días en una celda, o besar a los leprosos. Es lo que la gente
llama una “conversión”.
Amarte es ahora la única razón de mi existencia y mi única profesión y mi único oficio. Me he
entregado a Ti con la misma pasión con que antes me entregué a la belleza de
las muchachas y me he rendido a Ti como me rendía antes a ellas y me he dado
por entero a Ti como me daba a ellas. Y sé que me amarás y saciarás mi sed de
amor como no me amaron ni me saciaron ellas. Y sé que encontraré en Ti los
rasgos bien conocidos de todos los rostros bellos que yo he amado en mi vida.
Te amo con el amor que tuve para todas las creaciones de tus manos, y
especialmente con el amor que tuve para las muchachas, las más bellas de tus
creaciones, a las que antes amé con la vehemencia y la intensidad del amor a
Dios (las amé como a Dios) y a las que ahora yo ya no amo. Ha quedado el amor,
pero ya desapareció aquel objeto amado.
Ha quedado sólo la sed, el ardor de un sahara, un hambre de amor que es casi
cósmica, una ansia insaciable, un corazón vacío. Todos mis amores han muerto, y
no queda más que el vacío. Todos mis amores han muerto, y no queda más que el
tuyo, el amor a Ti a quien ahora amo con todo el amor. Ten compasión de mi
corazón vacío."
Ernesto Cardenal.
Texto extraido de su libro "Vida en el amor" (Minima Trotta, 1ª edición, 1997)